ANALIZAMOS LA BIOGRAFÍA DEL MARISCAL ESPAÑOL JUAN ANTONIO PARDO.
FUENTES DIVERSAS: DOCUMENTOS, DISCURSOS, CARTAS, DIARIOS.
SE ENCUENTRAN EN: ARCHIVOS, Y BIBLIOTECAS.
CONTEXTO: HAY QUE SABER QUÉ PASABA EN ESA ÉPOCA Y QUIÉN LOS ESCRIBIÓ.
LEEMOS EL CAPÍTULO 16 DE "MISTERIO DE UNA MOCHILA" O "BUSCANDO A JULI"
Capítulo 16
Declaraciones
Me costó dormir esa noche. ¿Cómo podría solucionar este embrollo? Al complicadísimo desafío de rescatar la flauta
ahora se le sumaba el problemón de dar la cara en casa y evitar que el bueno de Melchor vaya preso.
ahora se le sumaba el problemón de dar la cara en casa y evitar que el bueno de Melchor vaya preso.
Bien temprano, con las primeras luces del día me asomé por la ventana del cuarto de abuelo. Necesitaba hablar
urgente con él y contarle lo sucedido. Sobre todo, pedirle que haga todo lo posible para que papá y mamá
no llamaran a la policía y culparan a Melchor. Abuelo tenía que evitar el llamado de mis padres hasta que yo llegara
de la escuela y confesara la verdad. Porque ellos iban a llegar a las doce de sus trabajos y yo, recién a
la una de la escuela. Quedaba el margen de una hora que podía resultar terrible para el pintor.
urgente con él y contarle lo sucedido. Sobre todo, pedirle que haga todo lo posible para que papá y mamá
no llamaran a la policía y culparan a Melchor. Abuelo tenía que evitar el llamado de mis padres hasta que yo llegara
de la escuela y confesara la verdad. Porque ellos iban a llegar a las doce de sus trabajos y yo, recién a
la una de la escuela. Quedaba el margen de una hora que podía resultar terrible para el pintor.
No había nadie en el cuarto de abuelo. Me asomé a la ventana de la cocina y la vi a abuela. Cuando le pregunté por
abuelo me dijo que había salido muy temprano a una reunión y que volvía al mediodía.
abuelo me dijo que había salido muy temprano a una reunión y que volvía al mediodía.
Le pregunté si lo podíamos llamar al celular.
-¿Es tan urgente?
-Y… sí- le respondí.
Cuando ella fue a buscar su celular para prestármelo, se dio cuenta que abuelo había olvidado el suyo. Estaba sobre
su mesa de luz enchufado al cargador.
su mesa de luz enchufado al cargador.
No me quedó otra que ir a la escuela rogando que mis padres no llamaran a la policía en cuanto llegaran a casa a eso
de las doce. Por supuesto que durante la clase, no presté la menor atención. Mi imaginación voló a la comisaría. Imaginé
a Melchor entre rejas y a mis padres taladrándole el oído para que devolviera inmediatamente la flauta.
de las doce. Por supuesto que durante la clase, no presté la menor atención. Mi imaginación voló a la comisaría. Imaginé
a Melchor entre rejas y a mis padres taladrándole el oído para que devolviera inmediatamente la flauta.
-Toribio, a vos te pasa algo. Esa cara lo dice todo – afirmó una de mis maestras.
-Anoche no me sentía bien y dormí poco -respondí diciéndole la pura verdad.
A la salida de la escuela disparé a casa.
Me lo temía. En casa no había nadie. Me acerqué a lo de abuelo con la esperanza que ya hubiera llegado de la reunión.
Tampoco estaba. En eso apareció abuela suspirando ruidosamente.
Tampoco estaba. En eso apareció abuela suspirando ruidosamente.
-¡Ay Toribio! ¡No te imaginás que horror lo que pasó! -me contó visiblemente alterada- Resulta que Melchor, el pintor que
trabajó en tu casa robó la flauta valiosísima que era de tu bisabuelo. ¿Vos lo sabías?
trabajó en tu casa robó la flauta valiosísima que era de tu bisabuelo. ¿Vos lo sabías?
-Sí abuela, lo supe anoche. ¿Y ahora dónde están papá y mamá? ¿Abuelo ya llegó?
-Tu abuelo no llegó todavía. Tus padres se fueron a la comisaría -me respondió-. No te imaginás lo nerviosa que estaba
tu mamá. Jamás la había visto tan frenética. Yo también estoy muy agitada- me explicó abanicándose la cara con las dos
manos. ¡Ay!- suspiró abuela- ¡Qué bochorno!
tu mamá. Jamás la había visto tan frenética. Yo también estoy muy agitada- me explicó abanicándose la cara con las dos
manos. ¡Ay!- suspiró abuela- ¡Qué bochorno!
-Sí abuela, es un verdadero bochorno. Ya mismo o voy a la comisaría. ¿Y le podés decir a abuelo que vaya también para allá
en cuanto llegue?
en cuanto llegue?
-Sí. Por supuesto.
Agarré la bici y disparé a la comisaría. Allí estaban mis padres con Melchor. En cuanto los vi a los tres, mi corazón empezó a
galopar, como un potro enloquecido. Me costó reconocer a Melchor. Su rostro desencajado no tenía ni pizca de parecido al
rostro del simpático pintor que estuvo en casa. Temblaba y transpiraba. Ya para entonces, el ambiente se había vuelto tenso e
indominable. En el aire cargado y espeso se escuchaban palabras como prisión preventiva y allanamiento de la casa de Melchor
Méndez.
galopar, como un potro enloquecido. Me costó reconocer a Melchor. Su rostro desencajado no tenía ni pizca de parecido al
rostro del simpático pintor que estuvo en casa. Temblaba y transpiraba. Ya para entonces, el ambiente se había vuelto tenso e
indominable. En el aire cargado y espeso se escuchaban palabras como prisión preventiva y allanamiento de la casa de Melchor
Méndez.
Melchor casi lloraba, mis padres lo acusaban y el agente de policía anotaba en un expediente todo lo que escuchaba.
-¡Yo no fui! ¡Soy inocente! -gemía Melchor desconsolado y sudando gotas gordas.
-Eso lo dirá la justicia después de inspeccionar su casa -le recriminó papá fulminándolo con la mirada.
-Papá, mamá… tengo que decirles algo… -interrumpí en voz baja.
-Más tarde Toribio, ahora estamos con el problemón de la flauta desaparecida. Ya lo viste anoche- me calló mamá.
-Yo soy un simple pintor…gimoteaba Melchor apabullado.
En ese instante un policía le agarró las manos para ponerle las esposas.
-¡No! -grité inmediatamente- ¡No le pongan las esposas! ¡Melchor es inocente!
Mis padres me miraron desconcertados. Melchor me miró aliviado, como si le hubiera sacado una inmensa piedra de la espalda.
-Yo yooo…– tartamudeé con voz quebradiza- te… tengo que que decirles algo…
-¿Quéeee? -me preguntaron mis padres al mismo tiempo.
Empecé por lo más positivo:
-Que yo… balbuceé- yo…
-¿Yo qué? -preguntó mamá apurándome.
-Yo… yo sé dónde está la flauta.
-¿Cómoooo? -me interrogó mamá con los ojos grandes como dos huevos.
Papá me miró descolocado.
-A ver Toribio explicá lo que estás diciendo- me pidió bastante nervioso.
- ¿Por qué no lo dijiste antes?- me reprochó mamá sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando-. ¿Entonces… Melchor
es inocente? -me preguntó poniéndose cada vez más roja, con una extraña mezcla de incertidumbre y vergüenza.
es inocente? -me preguntó poniéndose cada vez más roja, con una extraña mezcla de incertidumbre y vergüenza.
En ese momento llegó abuelo que poco a poco fue dándose cuenta por donde venía la conversación. Se sentó al lado de
Melchor, le pasó su brazo por los hombros como para infundirle tranquilidad. Papá y mamá seguían nerviosos y cada vez
más confundidos. Ahora las preguntas se dirigían a mí:
Melchor, le pasó su brazo por los hombros como para infundirle tranquilidad. Papá y mamá seguían nerviosos y cada vez
más confundidos. Ahora las preguntas se dirigían a mí:
-¿Qué sabés vos de la desaparición de la flauta? ¿Cómo fue? ¿Porqué? ¿Cuándo?
Y, como era de esperar, vinieron los bastante comprensibles reproches:
-¡Pedile uno y mil perdones a Melchor! ¡Cómo no lo dijiste antes! ¡Mirá el momento horripilante que nos hiciste pasar!
-¡Momento! ¡Momento! – interrumpió abuelo con voz firme y tratando de calmar los ánimos- Ante nada, como abogado que
soy, me hago cargo de la total inocencia de Melchor.
soy, me hago cargo de la total inocencia de Melchor.
Melchor sonrió secándose las gotas gordas que aún le resbalaban por el rostro.
-Esto es un asunto de familia -explicó- propongo que demos por terminada esta declaración y sigamos conversando en nuestra
casa.
casa.
El agente de policía acató la orden de abuelo y permitió que todos nos retirásemos de la comisaría.
Mamá y papá abrazaron a Melchor y se deshicieron en perdones. Melchor los disculpó de bueno re bueno que resultó ser. Yo
también le pedí perdón. Y le di una caja de bombones que abuelo acababa de comprar en un kiosco para que yo le regalase
y así endulzarle el pésimo rato que acababa de padecer.
también le pedí perdón. Y le di una caja de bombones que abuelo acababa de comprar en un kiosco para que yo le regalase
y así endulzarle el pésimo rato que acababa de padecer.
Llegamos a casa. De a poco y temeroso, con abuelo al lado mío, fui contando todo lo sucedido; empecé por lo de la mochila
abajo del árbol, la tarea que le había hecho a esa chica llamada Juli, la supuesta dueña de la mochila, la carta que me había
escrito ella pidiéndome una flauta prestada.
abajo del árbol, la tarea que le había hecho a esa chica llamada Juli, la supuesta dueña de la mochila, la carta que me había
escrito ella pidiéndome una flauta prestada.
Para ese momento la cara de mamá pasaba del rojo al bordó. Abría grande los ojos y la boca. Jamás la noté tan espantada.
Papá me fulminaba con la mirada sin poder creer lo que yo iba contando.
Papá me fulminaba con la mirada sin poder creer lo que yo iba contando.
Sentí que me querían comer crudo cuando les conté que saqué la flauta del bisabuelo del baúl.
-¿Pero vos te das cuenta lo que hiciste? -estalló mamá agitando frenéticamente las manos en el aire- ¡Esa flauta vale un
dineral Toribio!
dineral Toribio!
-Me la pidió prestada solamente por una semana -aclaré para tranquilizarlos.
No se calmaron ni un pelito, seguían los dos mirándome con la cara transfigurada.
Tragué saliva y continué:
-Pero no se preocupen -agregué -estoy moviendo cielos y tierras para recuperarla.
Tampoco les convencieron mis palabras. Continuaban mirándome sin poder creer lo que escuchaban.
Abuelo intervino:
-Yo lo estoy ayudando. Vamos por buen camino.
-¡Papá!!! -exclamó papá cada vez más anonadado.
¡Bernardo!!!! -se sorprendió mamá- ¿vos estabas enterado de este disparatado enjambre de Toribio?
Abuelo asintió con la cabeza.
-Sí -intervine-, yo se lo conté. Necesitaba ayuda para encarar todo esto…
-Lo que único que necesitás vos es la penitencia más grande de tu vida- sentenció mamá.
-Y también -dictaminó papá furioso-, necesitarás muchísimo dinero para reponer esa flauta. Porque no creo que esa
pedigüeña te la vaya a devolver.
pedigüeña te la vaya a devolver.
-No es pedigüeña… -la defendí.
¡Aaaa! -cuestionó mamá desconcertada- ¡además la defendés! ¡Esto es de locos!
-Y me parece que tuvo la intención de devolverme la flauta, pero justo se cayó de un árbol porque se le rompió una
rama … -expliqué con un hilo de voz.
rama … -expliqué con un hilo de voz.
-¡Pero qué rama ni ocho cuartos! – saltó mamá.
-Marisa, comprendo tus sentimientos -intervino abuelo para apaciguar los ánimos- pero tené confianza. Estamos
haciendo lo imposible para rescatar la flauta. ¿No es cierto Toribio?
haciendo lo imposible para rescatar la flauta. ¿No es cierto Toribio?
-Sí -asentí como un pollito mojado.
-Pero si no la conseguís, tendrás que comprar una lo más parecido posible- continuó papá furibundo.
- Lo más parecido posible. Pero nunca será lo mismo -se quejó mamá acongojada- la flauta del bisabuelo era fabulosa.
Y además esa misma, la que tocó mi abuelo, la que tuvo en sus manos, sería irremplazable…
Y además esa misma, la que tocó mi abuelo, la que tuvo en sus manos, sería irremplazable…
- Es verdad- murmuré en voz baja-. Entiendo que será imposible reemplazarla.
-Tan imposible como inaudito, incomprensible e inconcebible es lo que nos estás contando-me reprochó papá.
Abuelo volvió a intervenir para tranquilizarlos:
-Comprendo que para ustedes, sobre todo para vos, Marisa, es muy difícil de entender lo que les va contando Toribio,
pero vean el lado bueno…
pero vean el lado bueno…
¡No veo ninguno! -disparó papá.
-Toribio se ha portado con valentía… - explicó abuelo- Les está contando todo esto para evitar que Melchor fuera a la
cárcel.
cárcel.
-Es lo mínimo que debe hacer- juzgó mamá.
-Y ha querido ayudar a una chica necesitada- agregó mi queridísimo abuelo.
-¡Claro! ¡Es fácil ayudar con lo ajeno! -le retrucó mamá roja de rabia - ¿Por qué no la ayudó con su pelota de fútbol?
Toribio debería trabajar como su padre y como yo a ver si así, se entera lo que valen las cosas. ¿Y…cómo se llama esta
chica fantasma?
Toribio debería trabajar como su padre y como yo a ver si así, se entera lo que valen las cosas. ¿Y…cómo se llama esta
chica fantasma?
-Juli, Juli González.
-A ver si la encontramos en las redes sociales…
-Ya la busqué -informó abuelo- pero no la encontré -supongo que porque es menor. Y además con muy pocos recursos…
-¿Y la madre? -preguntó mamá.
-La madre se llama Marta- respondí- pero González es el apellido de casada, creo.
-También la busqué -volvió a intervenir abuelo- Habían muchas Martas González pero sus fotos, sus perfiles, sus historias,
eran totalmente diferentes a lo que supongo publicaría la madre de Juli.
eran totalmente diferentes a lo que supongo publicaría la madre de Juli.
-¡Esto es de no creer! -protestó mamá por enésima vez.
-Preparate Toribio. Preparate los días, los meses, los años que vas a tener que trabajar para comprar una flauta lo más
parecido posible -me avisó papá.
parecido posible -me avisó papá.
-Eso será imposible – volvía a destacar mamá desconsolada.
Entendí que mis padres tenían bastante razón. Digo bastante pero no total. Porque, como me enseñó abuelo, “el corazón
tiene razones que la razón no comprende” Y yo… yo había prestado a Juli la flauta por las razones que solo comprende el
corazón.
tiene razones que la razón no comprende” Y yo… yo había prestado a Juli la flauta por las razones que solo comprende el
corazón.
Claro que para apoyar a la parte sensata de mi familia, es decir, a mis propios padres, yo asentía callado lo que ellos me
decían. Lo aceptaba en silencio y sin dar explicaciones.
decían. Lo aceptaba en silencio y sin dar explicaciones.
Pude haberles explicado que Juli era una chica carenciada. Tan carenciada que hasta el pochoclero le regalaba manzanas
acarameladas. Pude haberles explicado que ella tenía “talento musical” y que le encantaba la idea de tocar “La Primavera”
de Vivaldi. Pude. Pero preferí mantenerme callado. El horno no estaba para bollos.
acarameladas. Pude haberles explicado que ella tenía “talento musical” y que le encantaba la idea de tocar “La Primavera”
de Vivaldi. Pude. Pero preferí mantenerme callado. El horno no estaba para bollos.
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