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Cuentos de la selva
Las medias de los flamencos
¡Bienvenidas y bienvenidos! Esta semana y la próxima les proponemos leer dos cuentos que forman parte del libro Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga. Este libro se publicó por primera vez en 1918 y es muy conocido. Si les preguntan a sus familiares y a sus docentes, casi seguro conocen algunas de estas historias que tienen como escenario la selva misionera y como protagonistas a animales y personas de esa región de la Argentina.
1. Para empezar, les pedimos que lean el comienzo del cuento “Las medias de los flamencos”, que aparece a continuación. Pueden hacerlo solas y solos o con alguna persona adulta.
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Las medias de los flamencos
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada como un farolito una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
Quiroga, Horacio (1918), Cuentos de la selva, Buenos Aires, Agencia General de Librería y Publicaciones.
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2. Dibujen los animales que se nombran en el cuento con los adornos que usaron para el baile del cual se habla.
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